Densa oscuridad

Antes de que llegaras mi jardín estaba lleno de flores. El sol resplandecía y las nubes contaban divertidas historias. La música siempre sonaba alta y las carcajadas eran genuinas.

La belleza habitaba la calma de la soledad en mi compañía.

Pero llegaste. Llegaste y lo inundaste todo de sombras, de voces, de huracán.
Fuiste arrasando todo a tu paso.

Te instalaste, primero, en un pequeño espacio de mi habitación y luego te apoderaste de todo lo mío.
Convertiste en lluvia todas las sonrisas, abortaste mis sueños a penas concebidos, desordenaste mi mente, agitaste todos mis miedos, desataste mis demonios, convertiste cada noche en una eterna pesadilla, apagaste la luz y me dejaste a oscuras con la insondable tristeza de mi alma, me apuñalaste una y otra vez, de frente, justo en el corazón mientras me miraba directo a los ojos a través del espejo.

Apagaste la música; no habían más que melodías apesadumbradas que cantaban con mi último aliento. Incineraste el sol y convertistes mis días en un remolino de desánimo lleno de apatía y melancolía.

Derribaste mis muros, atravesaste mis murallas, te instalaste dentro y tomaste el control. Te adueñaste de todo.
Hiciste rehenes a mis pensamientos y los usabas en mi contra, te burlabas de mí con mi propia voz. Me convertiste en mi propia enemiga.

El caos inundó la insoportable compañía de un alma atormentada.

Algunos dicen, maldita depresión, que has llegado para quedarte, que debería ponerme una máscara y dejar que seas tú la que sonrías; pero, yo pienso que, aunque sigo en el fondo y tú me miras impasiva desde arriba creyendo que tienes el control, llegará el momento en que tengas que caer y seré yo misma quien te entierre.